Al final de una década, al borde de dos abismos

Pedaleamos más, consumimos menos, mantenemos la calefacción más baja, las luces apagadas y el grifo bien cerrado. Creemos que cuantas más acciones tomemos, menos cambiará nuestro clima y más vivible será “el nido” para nosotros y para las generaciones futuras.
Y entonces miramos hacia fuera y vemos la magnitud de la catástrofe. Vemos la carrera suicida imparable de un sistema económico voraz que tritura personas y bienes naturales a ritmo creciente, sin intención de autolimitarse sin nadie que embride al Leviatán turbocapitalista.

Los dos abismos del cambio climático
Nos asomamos al borde del abismo y nos preguntamos a dónde vamos con nuestros pequeños cambios individuales en el estilo de vida. Y también dudamos si nuestra acción individual no es fútil, inútil, incluso absurda. ¿No?
Buscamos entonces los grandes referentes, las ilusionantes propuestas, las enconadas luchas. Y aquí nos asomamos al segundo abismo, el más terrible e insondable: El abismo que existe entre el indiscutible diagnóstico del desastre en curso y las soluciones que se proponen, parafraseando el título del fantástico libro de Alfredo Apilánez “Los vicios del Ecologismo”. Descrito está, con claridad palmaria y profusión de evidencias científicas, el funesto destino que nos aguarda a los humanos como especie que se empeña de forma irreversible en volver completamente asqueroso su propio nido.
Frente al gran desafío moral del siglo XXI, como lo calificó Greta Thumberg, tenemos que coincidir con Manuel Sacristán, en que “un programa ecologista en serio tiene que ser un programa socialmente revolucionario”. Y así lo señala Apilánez claramente en su antecitada obra:
“La radicalización del ecologismo y la “ecologización” de la mejor tradición de la izquierda anticapitalista deberían ser las sendas que ayudaran a superar el movimentismo de “un solo asunto”, contribuyendo a pergeñar la fusión de las distintas tradiciones emancipadoras con el mismo sustrato radical. La incorporación completa del contenido ecológico en el núcleo de la tradición revolucionaria de la izquierda debería ir por tanto acompañada de la asunción de la necesidad de la destrucción del reino del dinero y de la mercancía por parte del ecologismo consecuente, como premisa ineludible de la consecución de un metabolismo socionatural viable. El anticapitalismo histórico debería por tanto englobar en su matriz al ecologismo, como componente neurálgico de la lucha contra la depredación del capital. Y, recíprocamente, el ecologismo radical debería integrarse como un subconjunto del antagonismo social, en base al reconocimiento de que el inexorable desastre ambiental que contemplamos “en tiempo real” es ininteligible sin integrarlo en el engranaje profundo de la maquinaria constitutiva de la acumulación del capital.”
La mayor parte de las personas ya ha desarrollado una conciencia de que hemos superado los límites biofísicos del planeta de forma irreversible y que nuestra cultura y sistema económico no son capaces de adoptar las urgentes medidas correctoras. Vivimos un permanente “gaslighting” climático, más paralizante que el burdo negacionismo. Para vencer al voraz monstruo neoliberal necesitamos nuevos movimientos que superen, por un lado, la desfasada visión productivista del progresismo reformista (siempre con un ojo en soluciones deus ex-machina que emanarán de un progreso científico-técnico incierto). Y por otro, reforzar con el análisis radical de la tradición anticapitalista, la paniaguada contestación reformista de una parte del movimiento ecologista, tan lejana de la forzosa y urgente transformación revolucionaria de nuestra cultura y sociedad.
Del pedaleo individual a la acción colectiva
En 30 Días en Bici hemos creído que nuestras pedaladas individuales como ciudadanía y agentes de cambio en nuestras comunidades, cuentan. Y que estas pedaladas diarias y cotidianas, repetidas y sostenidas, se convierten en hábitos y prácticas en las que cristaliza una conciencia de la necesidad de actuar contra el cambio climático.
Y la acción individual es un primer paso para disipar el miedo paralizante, liberarse de la manipulación, y actuar colectivamente. Esa acción colectiva revolucionaria que necesitamos para derribar el sistema que está “ensuciando nuestro nido hasta hacerlo nauseabundo” e inviable para la buena vida.
