En bicicleta hacia la urgente transformación social

La bicicleta, esa maquina minimalista (y de enorme potencial subversivo como afirmaba Jim McGurn) que nos sirve de medio de transporte y de ocio, es una poderosa herramienta para generar cambio social.
Miles de organizaciones en todo el mundo utilizan la bicicleta como una herramienta para luchar contra la exclusión y la desigualdad y promover la justicia social, la salud, la equidad de género, la integración, la participación y el liderazgo en sus comunidades. La bicicleta une, empodera y abre los ojos a una realidad que pasa demasiado deprisa por delante de nuestras retinas.
Estos proyectos críticos que integran la bicicleta como arma y herramienta, los que ven más allá de las dos ruedas para poner su ojo en la mejora de las condiciones de existencia de las personas, desarrollan una praxis transformadora con una perspectiva ecosocial que apunta directamente a un cambio de paradigma, más o menos revolucionario dependiendo del caso.
Hay un camino hacia la urgente transformación social que se recorrerá en bicicleta o nunca será transitado
El sistema económico y social actual genera una presión constante para trabajar más y más duro, vivir más y más rápido. El objetivo del turbocapitalismo es el crecimiento económico y la maximización de las ganancias, nos sumerge en la cultura de la sobreocupación y minimiza nuestro tiempo para el descanso, el disfrute y la relajación.
En esa dirección, la velocidad injusta es otra de las esclavitudes que torquelan nuestras vidas. El monopolio de la velocidad refuerza las desigualdades económicas y sociales, hasta el punto de levantar barreras infranqueables al acceso a la cultura, la salud, el trabajo o la educación.
El término “velocidad injusta” describe, con precisión, la situación actual en la cual una parte de la sociedad está moviéndose a una velocidad mucho más rápida que la otra, causando toda suerte de desequilibrios o desigualdades en el sistema social (incluso sin tener en cuenta sus externalidades).
El monopolio de la velocidad por las clases dominantes contribuye a las desigualdades sociales. Los fabulosos presupuestos invertidos en autopistas o las inversiones ferroviarias en la Alta Velocidad, frente a la destrucción de facto de las Cercanías o a los rácanas inversiones en crear infraestructuras ciclistas, da a las clases privilegiadas el acceso a medios de transporte más rápidos, lo que les permite llegar a sus destinos más rápido y tener más tiempo para realizar actividades productivas o de ocio. Mientras, las clases desfavorecidas se ven obligadas a usar medios de transporte lentos, caros e ineficientes y dedican gran parte de su tiempo libre a desplazarse al trabajo, detrayendo tiempo de su ocio y descanso para satisfacer la trituradora turbocapitalista de vidas humanas.

Han imbuido en nuestros cerebros un “capitalismo existencial como realización última del ser humano” como lo describe Rodrigo LLopis: “Esta nueva explotación en apariencia amable, no pide solo al trabajador que la acepte, sino que además le pide que confíe y crea en ella, y lo que es el colmo, que la viva como una forma de emancipación, hundiéndolo en una disociación cognitiva donde aquello que lo motiva, lo termina autodisciplinando y sujetando”.
En este sentido, el espacio de realización del ser humano ya no es el trabajo sino “el tiempo libre”. El trabajo es mantenimiento del status en el que la persona se identifica con lo que hace (su trabajo es lo que realmente o a su pesar la persona es). En el tiempo libre es donde trasciende este status, donde encuentra su elemento aspiracional más allá. Y el capitalismo tiende un puente de plata mercantilizado para dar rienda suelta a este escapismo, maximizando al tiempo sus funciones de producción y de mantenimiento del sistema. El individuo alienado llena su escaso tiempo libre con consumos, actividades y compromisos adicionales que le esclavizan aún más y aumentan su nivel de estrés vital en lugar de disminuirlo.
Supervivientes a innumerables situaciones de peligro, insalubridad, exceso de horas y demás condiciones execrables en su tiempo de trabajo, los héroes y heroínas del trabajo no descansan ni se rinden (ni refutan o se oponen políticamente a su titánica tarea). Y cuando termina la jornada, no se paran a jadear o sollozar. Se van al gimnasio en coche o practican el running con el mejor equipamiento que puedan permitirse.
Manos y piernas listas para el cambio social: mucho más que dos ruedas
Introducir micro cambios en nuestra vida (como adoptar la bicicleta como modo de transporte y adoptar patrones de conducta basados en la cercanía, la austeridad, etc.) puede ayudar a equilibrar esta presión y mejorar nuestra salud mental y física. Sin embargo, es importante tener en cuenta que estos cambios individuales no abordan las raíces del problema: la necesidad de acabar con la trituradora de vidas humanas y bienes naturales que es este sistema económico y social. Y sin duda entre las medidas de auto-cuidado que debemos adoptar, está, de forma prioritaria, participar en esta lucha.
