Testimonioooos de 30 días en bici (1)

Cada mes de abril 30 Días en Bici deja un impacto en la comunidad. Un impacto que se puede medir en desplazamientos que dejan de hacerse en coche, de toneladas de CO2 que no se vierten a la atmósfera, de risas y pedaladas compartidas. Pero más importante es el impacto que tiene sobre las personas que participamos de este movimiento comunitario y hay muchas historias de amigas y amigos que nos emocionan.
Es el caso por ejemplo de Teresa, que hizo El Compromiso en 2015 y cuya relación con la bici cambió radicalmente. No os contamos más porque Teresa – que estudió para periodista y es podcaster y bloguera – aunque escribe (dice ella) “cada vez menos, porque prefiero mil veces leer” nos ha contado su vivencia de 30DEB 2015.
Historia de un descubrimiento: “A mí me gustaba la bici, y mucho, pero como algo práctico”
Hace ahora un año que me apunté a “30 días en bici”, una iniciativa por la que te comprometías a usar la bicicleta cada día durante el mes de abril. Daba igual la distancia, o el tiempo, el caso era sacarla y usarla para algo, un desplazamiento largo o simplemente para ir a comprar el pan. La idea era que la rutina diaria crease hábito y sacar la bici no fuese algo extraordinario para los fines de semana que hiciera bueno, sino que terminara convirtiéndose en lo más normal del mundo. Una idea que, en lo que a mí respecta, consiguió su objetivo. Totalmente.
Aprendí a montar en bici con seis años. Me encantó y la usé durante toda mi infancia y adolescencia. Más tarde, me compré una de montaña y después una híbrida. Hice rutas por cañadas reales y carreteras secundarias, por la comunidad de Madrid. Pero aquello no funcionaba. Iba por compromiso, pero sin ganas ni ilusión. La idea de ir por ir, sólo por hacer ejercicio, se me hacía muy cuesta arriba (nunca mejor dicho…), y me aburría mucho. Al final, dejé de coger la bici, y la metí en el trastero, donde estuvo hibernando seis o siete años. Menos mal que no se me ocurrió regalarla o venderla en Wallapop, porque ahora mismo me estaría tirando de los pelos.
Los #30DíasEnBici me descubrieron lo que yo intuía, pero no supe ver nunca: a mí me gustaba la bici, y mucho, pero como algo práctico. Como medio de transporte. Como un instrumento que me permitiera un objetivo: ir a sitios. ¿Que de paso movía las piernas y me ponía en forma? Genial. ¿Que no contaminaba? Mejor que mejor. Pero yo, para disfrutar de la bici, necesitaba usarla con un fin. No para pasear sin rumbo. Y durante todo abril del año pasado, empecé a usarla así: para ir a comprar, para ir al dentista, para acercarme a la biblioteca, para ir al cine del pueblo de al lado… Vivo en un pueblo de Madrid, Las Rozas, un sitio donde es fácil integrarse en el tráfico y no se echa mucho de menos un carril-bici: los coches te dejan ir tranquila y no suele haber agresividad ni impaciencia contra las bicicletas. Cuando me cabe todo en las alforjas, hago la compra con la bici. Por el pueblo, y también por la vecina Majadahonda, a la que se puede llegar sin necesidad de ir por carretera. Sólo el frío me ha parado un poco durante el invierno, pero confieso que ahora ir a los sitios andando se me hace larguísimo y muy aburrido. Mi vieja bici híbrida, la que cogía polvo en el trastero, va de maravilla y sólo montarme en ella, me pone de buen humor.
Este año volveré a hacer los #30DíasEnBici, y abril será el arranque para volver a usar la bici si no a diario, casi. Porque es rápida. Porque se aparca sin problemas. Porque da sensación de libertad. Porque es barata. Porque hay muchas más razones para usar la bicicleta que para no usarla.
¡Gracias por abrirme los ojos!